jueves, 7 de marzo de 2013

VUELOS Y ATERRIZAJES


PALABRAS PARA FREIRE

“Vuelos y aterrizajes” nos ubica desde el título en ese espacio común de la literatura del que ya supo Homero y que cuya gracia será continuar siendo fértil, porque la tierra de la poesía es un territorio lleno de renovales. De eso nos habla la humedad de estos versos, porque no solo se renueva la palabra, sino que se apuesta en cuerpo y alma a germinar, pese al llamado de la soledad y la muerte, que han rondado por siempre la geografía del verso.

Volar suele ser un ejercicio aéreo, lo que parece refutar el poeta, porque estos vuelos son acuosos, llorosos, caudalosos. Incluso la hoguera, como dice en el poema Debajo de la lluvia, no arde, llora.  Agotado tal vez de “trajinar el mundo”  volverá al mercado fluvial, a la Caleta del piojo; a su Valdivia que se transforma  en  un territorio que  arde “con todas las celebraciones en su rostro”.

En este nuevo  tramo, el del retorno, resurgirá el ardor cuando pareciera que hasta la cama “ha perdido la urgencia de los besos”.  El fuego volverá desde un puente colgante, de aquel puente que reunirá la luz del presente con la luz de la infancia.

El agua seguirá abriendo surcos en la poesía y la vida de Freire.  De nuevo será el mar, el mar que da y quita; que nos llena la boca de sabores o los pulmones de muerte. La poesía de Freire evoca estos estados marítimos, donde pescadores e inundaciones recorren las calles de Valdivia, trayendo a  la memoria a una mujer “con el pelo revuelto.”  Volver a la “ciudad de otras edades”  para recorrer el mapa del amor.

Los besos harán soportable el duelo, los barcos hundidos, los funerales que dejan a la gente sin verano. Pero no hay palabras de rencor, porque “los barcos/ son referencias de viajes y de vida/ en uno de ellos/ te encontré/  y seguí en viaje” y el mar forma parte del paisaje cotidiano. Los mariscos “un reloj de sal” en sus labios.

La poesía también tendrá palabras para la memoria,  dirá que  El olvido/ es la memoria  mal intencionada”. Honrará el nombre de  Juan Antonio, trabajador cesante que se colgó en lo más alto de Valparaíso,  imágenes que forman parte de las emociones del viajero y que sin duda bastarían para otras lecturas; porque los renovales de la poesía tienen esa plasticidad, esa multiplicidad de ángulos que permite a los lectores ubicarse desde la diversidad de sus miradas. 

Tal vez mi aproximación a estos poemas sea como parte del “Nosotros” que propone el poeta, “los del invierno global” y por tanto me sienta casi parte de las aguas que inundan la ciudad fluvial o una suerte de testigo que ve el modo en que el viajante arma “el esqueleto” de su muerte, como señala en su poema Ceremonia, uno de los últimos textos de este libro.

“Vuelos y aterrizajes” tiene la gracia de permitirnos entrar en la cabina del piloto, de mojarnos los pies con el agua que salpica la palabra mar y de acercarnos al fuego tenue de sus días. Adelante, parece decirnos, pueden regresar conmigo hasta el espejo para rescatar el alma o  mirar a Lila desde todas las puertas de Oaxaca.


María Teresa Torres Mora

Otoño de 2012.-

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